Había una vez una abuela que vivía en una casita de
color azul y blanco. La casa no era muy grande, pero tenía encanto; sobre todo
porque por una de sus ventanas azules Mercedes siempre estaba asomada.
Era una mujer mayor, ya tenía arrugas en la cara,
sobre todo en la frente, y el pelo canoso pero rizado.
Mercedes, era abuela de seis nietos, pero tres de
ellos vivían lejos de ella.
Su casita tenía por vecina a una gran casa en la que
vivía un joven guapo y moreno, de pelo rizado, al que había visto crecer y
quería como a un hijo. Un 8 de septiembre, éste se casó con una linda joven de
cabello rubio y con grandes rizos.
Ambas desde que se conocieron hicieron buenas migas,
eran como madre e hija.
Al paso de un año, un ventoso 19 de marzo, nació una
nueva vida llamada Cristina.
Tenía los ojos verdes como las praderas, los dedos
largos como su bella madre y una sonrisa permanente que encandilaba.
Mercedes, la abuela, de la que os hable antes, quedó
prendada de la bella mirada de aquella niña.
Desde aquel día, todos, todos los días, la abuela
mercedes iba a verla, cuidarla y mimarla al igual que si fuese una nieta suya.
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